Hubo una vez dos chicos que deseaban contar una buena historia de...
terror. Como no encontraban nada que contar se les ocurrió la idea de
internarse en el panteón.Así lo hicieron durante la madrugada para que
nadie los viera. Esperaron durante un rato a ver lo que pasaba. Como
nada sucedía se les ocurrió la loca idea de empezar a excavar con
herramienta que encontraron en un lugar en el que se veía la tierra
suelta. Aunque era obvio que se trataba de una lápida reciente su
juventud los motivó a continuar con su locura.
Como empezaban a hacer demasiado ruido los vecinos se percataron del
inusual ruido, alarmados agarraron sus machetes, escopetas y piedras y
buscaron sigilosamente el sitio de donde provenían aquellos extraños
ruidos. En la oscuridad se escuchó una voz gritando: Ahí! Y se les
fueron encima pensando que eran dos fantasmas malditos. Los apedrearon,
los acuchillaron, los machetearon... Hubo mucho ruido y barullo en aquel
cementerio aquella noche. Dos disparos de escopeta acabaron con todo el
bullicio. Volandoles la tapa de los sesos a cada fantasma. Solo al día
siguiente se dieron cuenta de que no eran fantasmas sino gente ociosa a
la que habían dado muerte. Aunque hubo detenidos de esos hechos a nadie
se le pudo culpar directamente porque la gente del pueblo aseguraba que
esos chicos eran profanadores de tumbas. Cuentan que a los chicos se les
ve desde entonces atemorizando y profanando las tumbas de los nuevos
difuntos de esa población, de los cuales sus restos aparecen
desmembrados y esparcidos por el cementerio con una extraña nota en sus
cuerpos: "En donde están nuestros sesos?"
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